Una de las mejores decisiones que he tomado en mi corta vida, fue la de presentarme al casting que organizaba el grupo de teatro del colegio. Por esa época estaba comenzando sexto de primaria. En el colegio, era la primera vez que se aceptaba la participación en teatro de gente tan joven.
Recuerdo perfectamente la semana anterior al casting. Cada tarde repasaba el pequeño fragmento que teníamos que aprendernos. Recuerdo también lo mal que hice la prueba. Recité todo el monólogo extraído de la obra La ratonera (de Agatha Christie) de la forma más monótona que se puedan imaginar. Supongo que todos lo hacemos así en nuestra primera toma de contacto con la interpretación.
En cualquier caso, me seleccionaron, y pasé a formar parte del grupo.
Los primeros años, me asignaron papeles secundarios. Siempre hacía de algún personaje graciosillo o con alguna característica que lo hacía un tanto especial. A priori, el que te den este tipo de roles puede parecer peor que conseguir ser el protagonista. Pero el no tener que aprenderme tanto texto, me permitió centrarme más en la interpretación. Consiguiendo así matizar poco a poco la forma en la que se comportaría mi personaje; ganado con esto dotes interpretativas, que posteriormente me perimirían el enfrentarme a papeles de peso.
Durante el segundo año, surgió la posibilidad de poder viajar a Galicia y representar allí la obra para los compañeros del colegio que hay en Pontevedra. La verdad es que, por corto que fuera, mereció la pena poder vivir ese viaje.
Cuando llegamos, dimos una vuelta por el centro de la ciudad. Al día siguiente representamos en el teatro principal de la misma. Los nervios que se vivían antes de que el telón se empezase abrir eran indescriptibles. Aún hoy, cuando los recuerdo, los vuelvo a sentir. Durante los primeros veinte minutos de esa representación lo pasé realmente mal. Era el primer personaje en escena hablando de toda a obra y sabía que empezar bien era importantísimo. Sin duda yo sentía que la responsabilidad era demasiado alta.
El año que decidimos representar Mamma Mía! (de Catherine Johnson) fue el mejor. Los ensayos fueron difíciles de arrancar; había demasiadas cosas que prepara antes de poder centrarnos con la obra en sí: las coreografías, las canciones, como entrelazar una escena con otra, etc. Tardamos tanto en montar la obra por completo, que pensábamos que finalmente no íbamos a poder representarla, ya que no llegábamos a la fecha prevista.
Pero aunque el camino fue arduo. La recompensa fue tan grade que todos los males fueron pasajeros. El primer empujón fue cuando vimos que el teatro se había llenado por completo. Nunca antes había pasado. De hecho, nos dijeron que mucha gente se había quedado sin entradas. Pero la mejor sensación que experimentamos todos, fue cuando vimos que las canciones en directo, los bailes, nuestra interpretación… todo estaba saliendo según lo planeado. Durante el baile final, con el que se cerraba la obra; se podía sentir la emoción encima del escenario. Había sido tan difícil llegar hasta allí, que no nos podíamos creer que lo estábamos haciendo.
Sin duda, esa es la magia del teatro, todas las emociones que se sienten sobre las tablas. La hora y media que dura la representación aproximadamente, es una montaña rusa de sensaciones. Si lo haces bien, estás enfervorizado, si alguien se equivoca (incluido, tú mismo), te puedes hasta bloquear. En cualquier caso, es un trabajo en equipo, cuando alguien se “atasca”, los compañeros le ayudan y le saca de la situación; y cuando alguien lo hace bien, inconscientemente motiva al resto y hace más fuerte la compenetración entre todos los actores.
Por eso es tan importante el teatro. No solo hay que verlo como un posible hobby, sino que hay que tener presente todas las destrezas que se desarrollan gracias a la práctica del mismo. Muchas veces, se escucha que asignaturas, sobre todo las artísticas, como puede ser música “distraen”; pero de lo que no nos damos cuenta es de que pocas materias son tan completas. Con ellas, se desarrolla la agilidad mental, el trabajo en equipo, la capacidad de hablar en público, el esfuerzo personal, se mejora el léxico y la forma de expresión. Así como saber controlar nuestra expresión corporal y un sinfín de cosas más. Pero en muchas ocasionas todas estas características pasan desapercibidas, y nos quedamos con lo superficial.
Pero no hace falta fijarse solo en la parte “técnica” por decirlo de alguna manera, para darse cuenta de lo enriquecedor que es esta actividad. Si yo no me hubiese apuntado al grupo de teatro, nunca hubiese conocido a gente tan extraordinaria. Gente, que me han aportado infinidad de cosas a mi vida, eso sin dejar de lado lo enriquecedor que son los viajes, y que gracias al teatro he podido disfruta de prácticamente uno por curso.
Ahora que comienzo mi último año antes de pasar a la universidad, y echando la vista atrás, sin duda puedo afirmar que en muy pocos sitios voy a poder sentirme tan libre a la hora de expresarme como dentro del teatro: Cuando alguien va a ver una representación, le pasan muchas cosas por desapercibidas. Ya no solo estamos hablando del trabajo interpretativo que hay detrás, sino que hay muchos más problemas que se presentan durante el proceso de montaje de una obra. En mi caso, y gracias a la libertad que he tenido dentro del grupo y la confianza total que se ha depositado en mí, he podido estar presente y tener el poder de decisión en aspectos como la escenografía, en el diseño de luces y vestuario, etc. Aspectos todos, que me han permitido desarrollar mi creatividad; algo en mi opinión muy importante. Al final el grado de involucración es total y eso hace que crezcas de una manera increíble como persona.
El teatro, el arte de cambiar de piel, de abandonar por un momento tu realidad y disfrutar de ser otra persona completamente distinta. ¿Por qué será que nos gusta tanto?
Estos seis años dentro del grupo de teatro, me han permitido darme cuenta de lo importante que es poder expresarte. Cuando lo consigues, eres una persona nueva, que ve el mundo desde otra perspectiva. No sé si mejor o peor que la que tienes antes; pero si puedo decir con toda seguridad, que es distinta.
Recuerdo perfectamente la semana anterior al casting. Cada tarde repasaba el pequeño fragmento que teníamos que aprendernos. Recuerdo también lo mal que hice la prueba. Recité todo el monólogo extraído de la obra La ratonera (de Agatha Christie) de la forma más monótona que se puedan imaginar. Supongo que todos lo hacemos así en nuestra primera toma de contacto con la interpretación.
En cualquier caso, me seleccionaron, y pasé a formar parte del grupo.
Los primeros años, me asignaron papeles secundarios. Siempre hacía de algún personaje graciosillo o con alguna característica que lo hacía un tanto especial. A priori, el que te den este tipo de roles puede parecer peor que conseguir ser el protagonista. Pero el no tener que aprenderme tanto texto, me permitió centrarme más en la interpretación. Consiguiendo así matizar poco a poco la forma en la que se comportaría mi personaje; ganado con esto dotes interpretativas, que posteriormente me perimirían el enfrentarme a papeles de peso.
Durante el segundo año, surgió la posibilidad de poder viajar a Galicia y representar allí la obra para los compañeros del colegio que hay en Pontevedra. La verdad es que, por corto que fuera, mereció la pena poder vivir ese viaje.
Cuando llegamos, dimos una vuelta por el centro de la ciudad. Al día siguiente representamos en el teatro principal de la misma. Los nervios que se vivían antes de que el telón se empezase abrir eran indescriptibles. Aún hoy, cuando los recuerdo, los vuelvo a sentir. Durante los primeros veinte minutos de esa representación lo pasé realmente mal. Era el primer personaje en escena hablando de toda a obra y sabía que empezar bien era importantísimo. Sin duda yo sentía que la responsabilidad era demasiado alta.
El año que decidimos representar Mamma Mía! (de Catherine Johnson) fue el mejor. Los ensayos fueron difíciles de arrancar; había demasiadas cosas que prepara antes de poder centrarnos con la obra en sí: las coreografías, las canciones, como entrelazar una escena con otra, etc. Tardamos tanto en montar la obra por completo, que pensábamos que finalmente no íbamos a poder representarla, ya que no llegábamos a la fecha prevista.
Pero aunque el camino fue arduo. La recompensa fue tan grade que todos los males fueron pasajeros. El primer empujón fue cuando vimos que el teatro se había llenado por completo. Nunca antes había pasado. De hecho, nos dijeron que mucha gente se había quedado sin entradas. Pero la mejor sensación que experimentamos todos, fue cuando vimos que las canciones en directo, los bailes, nuestra interpretación… todo estaba saliendo según lo planeado. Durante el baile final, con el que se cerraba la obra; se podía sentir la emoción encima del escenario. Había sido tan difícil llegar hasta allí, que no nos podíamos creer que lo estábamos haciendo.
Sin duda, esa es la magia del teatro, todas las emociones que se sienten sobre las tablas. La hora y media que dura la representación aproximadamente, es una montaña rusa de sensaciones. Si lo haces bien, estás enfervorizado, si alguien se equivoca (incluido, tú mismo), te puedes hasta bloquear. En cualquier caso, es un trabajo en equipo, cuando alguien se “atasca”, los compañeros le ayudan y le saca de la situación; y cuando alguien lo hace bien, inconscientemente motiva al resto y hace más fuerte la compenetración entre todos los actores.
Por eso es tan importante el teatro. No solo hay que verlo como un posible hobby, sino que hay que tener presente todas las destrezas que se desarrollan gracias a la práctica del mismo. Muchas veces, se escucha que asignaturas, sobre todo las artísticas, como puede ser música “distraen”; pero de lo que no nos damos cuenta es de que pocas materias son tan completas. Con ellas, se desarrolla la agilidad mental, el trabajo en equipo, la capacidad de hablar en público, el esfuerzo personal, se mejora el léxico y la forma de expresión. Así como saber controlar nuestra expresión corporal y un sinfín de cosas más. Pero en muchas ocasionas todas estas características pasan desapercibidas, y nos quedamos con lo superficial.
Pero no hace falta fijarse solo en la parte “técnica” por decirlo de alguna manera, para darse cuenta de lo enriquecedor que es esta actividad. Si yo no me hubiese apuntado al grupo de teatro, nunca hubiese conocido a gente tan extraordinaria. Gente, que me han aportado infinidad de cosas a mi vida, eso sin dejar de lado lo enriquecedor que son los viajes, y que gracias al teatro he podido disfruta de prácticamente uno por curso.
Ahora que comienzo mi último año antes de pasar a la universidad, y echando la vista atrás, sin duda puedo afirmar que en muy pocos sitios voy a poder sentirme tan libre a la hora de expresarme como dentro del teatro: Cuando alguien va a ver una representación, le pasan muchas cosas por desapercibidas. Ya no solo estamos hablando del trabajo interpretativo que hay detrás, sino que hay muchos más problemas que se presentan durante el proceso de montaje de una obra. En mi caso, y gracias a la libertad que he tenido dentro del grupo y la confianza total que se ha depositado en mí, he podido estar presente y tener el poder de decisión en aspectos como la escenografía, en el diseño de luces y vestuario, etc. Aspectos todos, que me han permitido desarrollar mi creatividad; algo en mi opinión muy importante. Al final el grado de involucración es total y eso hace que crezcas de una manera increíble como persona.
El teatro, el arte de cambiar de piel, de abandonar por un momento tu realidad y disfrutar de ser otra persona completamente distinta. ¿Por qué será que nos gusta tanto?
Estos seis años dentro del grupo de teatro, me han permitido darme cuenta de lo importante que es poder expresarte. Cuando lo consigues, eres una persona nueva, que ve el mundo desde otra perspectiva. No sé si mejor o peor que la que tienes antes; pero si puedo decir con toda seguridad, que es distinta.
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